Terror en Andorra
Desde que nos vinimos a Barcelona hemos estado esperando a que las lluvias se volviesen tímidas y los rayos del sol atrevidos para poder coger el coche y recorrernos el norte peninsular.
Varias veces nos han recomendado ir a Andorra por sus paisajes, precios para las compras, su spá Caldea y sus actividades en la naturaleza, así que en cuanto hemos tenido hueco no lo hemos pensado y hemos reservado con Hotansa.
Las tres horas en coche se hicieron livianas como un paseo por el monte. Conforme se sucedían los kilómetros contemplábamos la transformación del paisaje, la acumulación de las nubes y el descenso de la temperatura con un ánimo de niño pequeño.
Una vez soltamos las maletas en el Hotel Magic Andorra, en Andorra la Vella, nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad (donde nos sorprendió que en sus carteles se alternaran el castellano, catalán y francés), y acabamos aterrizando en una pequeña crepería francesa en el centro del casco antiguo, llamada Broceiland.
Luego nos dimos una vuelta por las calles de compras (repletas de tiendas de electrónica, estética, tabacos y licores), y nos dimos algunos caprichos-necesarios (si es que se pueden juntar esos dos conceptos).
Esa noche cenamos en la Cheese's Art, una de las recomendaciones que nos habíais hecho y que nos hizo poner los ojos en blanco de placer.
El sábado fue un día maravilloso.
Tras cebarnos con el buffet del desayuno, Chabela fue a darse una vuelta por las tiendas y yo me quedé escribiendo en una cafetería. Luego subimos hasta el mirador Roc del Quer y nos divertimos jugando con la nieve, haciéndonos fotos junto a panorámicos paisajes y dejándonos el vértigo en el mirador.
Ese ratito de frío y senderismo fue un estupendo preparatorio para lo que teníamos después. El plato fuerte. El reclamo de todos los turistas. El macro-spá: Caldea.
Comimos en Siam Shiki, el restaurante japo-tailandés que tienen allí mismo, y nos derretimos con un curry de escándalo.Entramos a las 17h y salimos a las 23h. Entre medias, nos bañamos en jacuzzis exteriores, interiores, con hidromasaje, con tumbonas; nos dimos baños turcos y romanos, gritamos en los pozos de agua congelada y nos dimos un masaje relajante.
Cogimos el pack completo de Caldea e Inúu, esta segunda siendo una zona más reservada, en la que no están permitidos los niños entre otros beneficios.
Entre tanto placer, hubo un momento de terror.
Alguien se llevó, por error, el albornoz de Chabela con su móvil dentro. ¿Hace falta que describa el drama que vino después? Nos pusimos como locos a buscar en los bolsillos de los albornoces colgados en las diferentes partes del spá, sin éxito. Cuando Chabela ya estaba al borde de un ataque de ansiedad, el móvil apareció de la manera más imprevista.
Chabela y yo nos habíamos separado, y en medio de la frenética búsqueda, me detuve a sostenerle la puerta a dos niñas pequeñas, que al ver que yo las esperaba, echaron a correr. Llevaban sus albornoces en brazos e iban directas a la cesta de la ropa sucia. Un móvil cayó al suelo.
Me apresuré a decirle: "¡Perdona! Se te ha caído el móvil". La niña se dio la vuelta, lo miró extrañada y dijo: "Si ese no es mi móvil". Como un rayo hice un volteo por el suelo y cogí el teléfono. Lo inspeccioné. Sí. Era el de Chabela. El corazón me latió con fuerza. "¡Es mío, lo había perdido!" dije ante las miradas suspicaces de los monitores del spá, que me creían a mí el ladrón.
"Gracias", les dije a las incrédulas niñas y salí corriendo en busca de Chabela. Me deslicé de rodillas bajo las camillas de masajes, salté por encima un par de barandillas, crucé una piscina corriendo sobre el agua y bajé al piso inferior con un mortal hacia atrás, aterrizando con una rodilla a los talones de Chabela.
Dudé seriamente en si hacerle una broma, pero quería acabar ya con ese drama para irnos al jacuzzi, así que le dije: "¡Chabela!".
Ella se giró con una mano en el pecho, sintiendo la esperanza en mi tono de voz. Sonreí, alcé el móvil en alto y Chabela sintió una relajación más profunda que la de cualquier masaje.
Si no le hubiera sujetado la puerta a esas chicas, el móvil habría acabado en la lavadora.
Durante toda esta pesadilla, conocimos a una joven pareja de argentina, Dalmiro y Antonela, que estaba viajando por europa un par de meses, y que nos estuvieron ayudando a buscar el móvil. Al día siguiente seguían su ruta por Barcelona, y ya que el karma nos había devuelto el móvil, quisimos seguir acumulando más puntos kármicos y les ofrecimos llevarlos en coche y alojarlos en nuestro piso hasta que encuentren vivienda.
El domingo teníamos planeado subirnos a la última atracción siempre recomendada de Andorra: el tobotrónc, pero antes de salir del hotel nos informaron que habían tenido una avería. Así pues, aprovechamos hasta el último minuto la estancia en el hotel, quedamos con nuestros nuevos amigos y nos volvimos a casa.
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